martes, mayo 24, 2005

( entre paréntesis)

Ahora vivo con Pedro, ya voy a cumplir seis años en esta choza de madera donde se le mete el agua y la tierra, sólo por no irme, por querer permanecer en un mismo lugar. Seis, el seis es mi número de la suerte. Recuerdo que cuando llegue, traía un vestido verde con sangre embarrada y roto jaloneado por el duende, si, el duende, no me gusta decir su nombre, porque, no lo sé, aunque muchas noches despues de esa noche he querido descubrirlo desmoronando poco a poco el recuerdo sucio del agravio, de la usurpación. Esa noche iba a irme con Male, iba a escondidas de mis padres, ellos no me dejaron salir, asi que tuve que escaparme, ojalá nunca lo hubiera hecho, pero el hubiera no existe y las cicatrices de entonces no se borran ni se maquillan con aroma. Me puse el vestido verde y unos zapatos que compré en el centro para cuando saliera algún domingo o a una fiesta, ese día por fin los iba a estrenar, me hice una trenza con el cabello humedo todavía y apagué la luz del cuarto para que creyeran que estaba dormida. Y así fue, dieron las diez y todo en casa emanaba un respiro nocturno de grillos y descanso en conjunto, todos dormian menos yo, entonces me fui, segura a mis anchas de que no me atraparían en mi aventura; Crucé el patio y Pánfilo, el gato, me siguió hasta la avenida donde empecé a caminar en zig zag por desconocer el trayecto a la luz de los alambrados tan altos. Legué no sé qué tan tarde a la banca de enfrente de la iglesia y la Male no estaba, pero dejo una nota: - Ay, Pita, no llegaste y me tuve que ir con el Juan para que no se desesperara, si llegas, te veo en la fiesta. Male.- Hijole! ¿ ahora qué iba hacer yo sola ahí de noche, con las patas hinchadas y sin dinero? Me senté y tuve muchas ganas de gritarle Hija de la chingada a la Male, cómo me deja ahí si sabe que no sé donde va a ser la fiesta! Nomás pude tirar la bolsa al piso y enchuecar las piernas. Me quedé pensando mientras veía las estrellas y me limpiaba las lágrimas de coraje, qué bonitas estaban esa noche las estrellas y la luna, redonda y amarilla, como bailando en medio del terciopelo azul,respiré y me di cuenta de que hacía mucho no respiraba pensando en hacerlo. Poco a poco se me fue pasando el coraje para convertirse en culpabilidad, había engañado a mis padres por una dizque amiga que me dejó plantada la primera vez que me escapaba, me di cuanta que no valía la pena tanta sinvergüenza y me decidí al regreso como perro apaleado con la cola entre las piernas; Me deshice la trenza mientras caminaba arrastrando los pies calientes y gordos como tortas que se mueven en el suelo mugroso y canturreando si yo tuviera el corazón el mismo que perdí... no sé que era lo que me hacia sentir peor, si la plantada de la Male o el engaño a mis padres, pero me sentía con un vacío en el pecho, como si me hubieran robado una ilusión o una costumbre. Ya andaba cansada, me faltaba cruzar un puente oscuro que nadie pasaba, pero tenia que cruzarlo o rodear hasta no sé que parte que no alcanzaba ni a ver, me dio miedo, como si me salieran plantas, ramas y raíces de los pies que crecen por las piernas para llegar hasta el ombligo y apretar el estómago, sentí en apretón y era yo, que me estaba encajando los tacones de los zapatos en la panza. Los solté y me los puse, todavía no sé porque me los puse, pero ahí estaba yo, subiendo en tacones uno a uno los escalones del puente puerco y maloliente como gallina enguatada o borracha de cantina, agarrándome de los tubos cochambrosos de mugre, orines, dulce y cuanta cosa podían tener, pero no me soltaba porque sino me caía. Terminé de subir, iba volteando para atrás por si algún loco llegaba o salía de entre los huecos del cerco que de tan viejo estaba roto y oxidado, ya no me apretaba el estomago pero sentía como si trajera una gran bola de acero cargando de la cintura y que pendía entre las piernas, ya casi llegaba a la otra escalera cuando sentí un tirón de la trenza que me dejó en el piso asqueroso sobre un charco de orines y basura que se me pegaba revuelta en el cuerpo, no vi nada al principio, no quería ver nada, entonces, me tapé la cara con la bolsa lanzando un grito que terminó con un golpe que me dislocó la quijada y me reventó el labio de abajo, era una golpe de hombre, lo sabía, porque muchas veces le vi las manos a mi padre enojado, temiendo me zampara un golpe en la cara con esas manotas, me imaginaba que si un día pasaba dolería como la noche del duende en el puente. Lo que siguió fueron más golpes y saliva en la cara, raspones en el concreto y el alambre que me hicieron las cicatrices que no se borran, yo no veía nada, solo mi sangre y mis manos luchando por ir lo más lejos posible, me arrastraba como una cucaracha moribunda que no quiere morir, me arrastraba como sirena en la arena, detenida por la cola de unas manos fuertes y salvajes que me moretearon hasta lo de mas adentro; me arranco el vestido, me arranco la voz, me arranco la vida y el deseo de vivirla. Me arranco de un tajo todo lo que quería, nunca creí que alguien pudiera hacer tanto daño en una sola jornada, de una sola vez, en una sola noche. Irrumpió en mi cuerpo como Morfeo en los sueños, se metió en mi partiéndome en dos, en tres, en diez , en mil pedazos que ya no sentían, solo temblaban como la carne de la vaca cuando recién es cortada, que tiembla por la energía que guarda de la vida del animal, así también mi carne en sus manos temblaba ultrajada. Me tiro el duende por las escaleras, tiro los restos de mí al vacío de la avenida, rotos y quebrados los restos fueron encontrados respirando un aire nefando en el hoyo del abismo de mi terror. Fue Pedro, él me encontró, seca, muerta, respirando sangre y tierra con el alma deshecha, muda como una flor marchita, sin palabras, sin preguntas, sin respuestas, muda de pies a cabeza. Él me llenó los huecos sucios, me curo las heridas y me vistió la piel. El me di de comer, de beber y me preguntó por el duende, por el maldito, por el indeseable, por el culpable, de mil maneras, de mil formas diferente y yo no hablé. No pude. No puedo. Solo puedo recordar y tratar de ponerle un nombre al duende que se robo mi integridad, mi fémina identidad. Hoy en la noche se hacen seis años del puente, seis años que pasan en vano con mi mutes interminable, caída mi juventud en los brazos del destino indomable, la Male, la fiesta, los zapatos, la calle, el puente, el duende, Pedro y una choza de cuatro paredes, donde no tengo que salir para ver el sol o las estrellas, donde Pedro me ha puesto un ventanal en el techo para no salir, para no agarrarme de los marcos de la puerta para no salir allá afuera. La calle, la gente, la espera. Euterpe/ 2005. Con toda la musedad de ser Euterpe.

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VIAJE A LA CAVERNA 2